No saber como empezar, a perderte en el vacío de una hoja, a perder la inspiración y que la hoja, mirándote ahí, se ria de ti, de tu ineptitud de no poder inspirarte de no poder plasmar nada en ella.
De verla, y sentir el frío de su vacío, el cual te congela la mente y te impide que fluyan las palabras, que en tu mente; tu historia, tu escrito se nublen, que no te permita vaciar tu alma y dejarte plasmar tus pensamientos en ella.
Siempre tan escurridiza, juega contigo, sabe lo que buscas, y por eso, te confunde, toma tus letras trazo a trazo y te las escupe de vuelta, forzando a mirarla, a leer de nuevo lo escrito, para que luego sientas el remordimiento de leerte a tí mismo. ¿Pero en qué estaba pensando?
¡Éste escrito no tiene sentido!, ni pies ni cabeza, tomar esa hoja y en un arrebato de ira, frustración y pena, arrancarla del cuaderno, arrugarla y observar que te ha vuelto a seducir, y tú como adolescente en los asuntos de damas, te dejas envolver de nuevo por ella, una vez más caes en su juego.
Tú queriendo tomarla, y palabra a palabra, renglón a renglón moldear como escultor en ella tu mejor escrito literario, queriendo plasmar tu esencia, terminas con un escrito no sabiendo cómo terminarlo y lo terminas pensando:
“¿Es acaso que no tengo nada que plasmarte? ¿Será tal vez que el vacío que sentí al mirarte hace un momento, cuando inspirado te tomé para plasmar en ti mi alma, es más que mi vacío?"
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