Mi nombre lo conocen, mi edad no; habito entre el final de una idea y el principio de otra. Soy espíritu, viejo, solitario. No nací, no fui creado. Existo desde siempre.
Vagabundo atemporal, soy único, eterno, no soy Dios tampoco demonio. No intercedo en sus decisiones, no me interesan sus oraciones, no tomo partido, soy solo el observador de su evolución, histógrafo de su especie.
Entre sus susurros, esos que dicen cuando se encuentran solos, para que nadie los sepa, para que sean ignorados, olvidados. Me he puesto a estudiarlos, conocerlos, saber sus secretos, sus fantasías, sus debilidades, sus miedos.
He tratado de entenderlos, simplificarlos, definirlos de una manera abstracta sin éxito. A lo largo del tiempo me han demostrado que son cambiantes, mutantes, variables llenos de matices. Complejos.
De sus sueños, he aprendido quienes son en realidad, una especie temerosa de mostrar su verdadero ser. En sus dias cargan máscaras y disfraces, y lo hacen tan bien que han aprendido a esconder la desnudez de su alma, y camuflar su fragilidad.
Se han cegado unos a otros, y en su ceguera se han privando de mostrarse tal como son. Una especie frágil, llena de angustia, temerosa a ser exterminada. Aùn con sus camuflajes, en ocasiones muestran eso que ustedes llaman emociones, amor, odio, alegría, tristeza. Que no son más que la proyección más íntima de su ser: su misma fragilidad.